Las fantasías de un amor inalcanzable se nublaban ante un cielo invisible, que se teñía de gris en cada supuesto atardecer. Sus sueños empalidecían con cada puesta de sol. Ella pasaba su vida soñando que lo volvería a encontrar. Lo imaginaba volviendo desde las sombras del recuerdo, para jugar con su pelo, como lo había soñado en sus locos deseos.
Ella miraba el techo y pintaba su rostro cada noche en su taller, lo creaba con arcilla y lo moldeaba con la pasión de sus dedos, tratando de no llorar, conteniendo las lágrimas con las pocas fuerzas que le quedaban.
Pasaron veinte otoños hasta que las puertas de aquella cárcel se volvieron a abrir. Aunque de alguna manera él siempre estuvo presente, su entrada fue un imán irresistible. En su rostro parecía no haber pasado ni un solo día, aunque sus labios parecían resecos y su piel no lucía igual.
Se arregló su traje y observó que las ventanas seguían tapadas, como las había dejado mucho tiempo atrás. En cada rincón del taller había pinturas y pequeñas esculturas que recreaban su rostro casi a la perfección.
Su cara dibujó una sonrisa y con una mirada imponente y penetrante la hipnotizó una vez más. No fueron necesarias las palabras, ella se arrojó a sus brazos, acarició su piel de marfil y le ofreció su cuello desnudo. Fueron sólo unos segundos de amor, para luego pasar al más cruel y sádico banquete, en el que ella fue el plato principal.
Luego de saciar su sed, la arrojó indolente junto a un rincón. No había culpa ni pena en su ser. No le importaba vaciar un cuerpo de vida, ni dejar un alma sin amor, sólo le importaba su sed.
La fotografía que se incluye junto al texto de mi cuento pertenece a la galería de imágenes de mhiguera y es compartida bajo licencia Creative Commons.
Ella miraba el techo y pintaba su rostro cada noche en su taller, lo creaba con arcilla y lo moldeaba con la pasión de sus dedos, tratando de no llorar, conteniendo las lágrimas con las pocas fuerzas que le quedaban.
Pasaron veinte otoños hasta que las puertas de aquella cárcel se volvieron a abrir. Aunque de alguna manera él siempre estuvo presente, su entrada fue un imán irresistible. En su rostro parecía no haber pasado ni un solo día, aunque sus labios parecían resecos y su piel no lucía igual.
Se arregló su traje y observó que las ventanas seguían tapadas, como las había dejado mucho tiempo atrás. En cada rincón del taller había pinturas y pequeñas esculturas que recreaban su rostro casi a la perfección.
Su cara dibujó una sonrisa y con una mirada imponente y penetrante la hipnotizó una vez más. No fueron necesarias las palabras, ella se arrojó a sus brazos, acarició su piel de marfil y le ofreció su cuello desnudo. Fueron sólo unos segundos de amor, para luego pasar al más cruel y sádico banquete, en el que ella fue el plato principal.
Luego de saciar su sed, la arrojó indolente junto a un rincón. No había culpa ni pena en su ser. No le importaba vaciar un cuerpo de vida, ni dejar un alma sin amor, sólo le importaba su sed.
La fotografía que se incluye junto al texto de mi cuento pertenece a la galería de imágenes de mhiguera y es compartida bajo licencia Creative Commons.
Comentarios
No se lo puede culpar, es su instinto y su hambre!
No todos tienen el suficiente autocontrol como para rechazar esa tentación!
Muy bueno tu blog
Pero no la digas en voz alta, para que los demás lleguen a ella solos ...
;)
Gracias x pasar por mi blog y dejar tu comentario :)
Pasate por el mio http://loquenoves-18.blogspot.com/
Un besoo, te sigo :)